sábado, 8 de agosto de 2015

Las malas hierbas


El otro día fui oyente involuntario de una conversación de autobús entre dos viajeros que charlaban animadamente. Hablaban de la situación socio-política que estamos viviendo en nuestro país (aunque en todo el mundo están ocurriendo cosas parecidas). Uno de ellos comentaba con escándalo la cantidad de casos de corrupción que afloran, cada día, a través de los medios de comunicación. El otro se sorprendía de que, a pesar de todo, aún mucha gente seguía fiel en su intención de voto a aquellos que protagonizaban la mayor parte de estos casos de corrupción.
En un momento determinado, uno de ellos dijo: es que han crecido y se han extendido como las malas hierbas, y ahora es muy difícil eliminarlas sin dañar el resto de los cultivos o, incluso, el mismo huerto.
El otro, soltó una carcajada y añadió: ¡hay que ver!, cualquiera que nos oiga pensará: ¡cuánto saben éstos de jardinería!, y los dos rieron durante un buen rato…
Sin darme cuenta, mi mente se sumió en una especie de ensoñación, y sus risas quedaron atenuadas, como perdidas en la lejanía…

Me ví ante un huerto, en realidad era una preciosa finca cubierta de abundante y frondosa vegetación, por la que corría un riachuelo que se ensanchaba en un pequeño lago. Alli, el dueño de la finca, un entusiasta de la Botánica y de la Agricultura, había dispuesto el desarrollo de una serie de plantaciones experimentales que supervisaba a diario, y que ocupaban a un buen número de colaboradores que eran en parte jardineros, en parte agricultores y en parte científicos. Se dedicaban a las más variadas tareas, cuidando, observando, anotando y recogiendo los frutos de aquellas plantaciones, día tras día.

En algún momento, debido al viento, al fertilizante natural que usaban, a los pájaros, o a la misma tierra, empezaron a aparecer unas hierbas extrañas, unas malas hierbas que amenazaban con ahogar el crecimiento de sus queridas plantitas.

Cuando los jardineros vieron cómo se extendían aquellas malas hierbas, acudieron de inmediato al jardinero jefe y le mostraron su preocupación por el problema que habían detectado. El jefe les tranquilizó, explicándoles que el dueño y diseñador de la finca ya le había anticipado lo que, sin duda, ocurriría, y le dijo que aquél era un fenómeno natural y conocido, y que bajo ningún concepto pondría en peligro sus plantaciones. Además, le contó que, en su momento, podrían recolectar todas sus queridas plantas, sin preocuparse de las malas hierbas: podrían echarlas al fuego y dedicarse exclusivamente a clasificar y replantar sus queridas plantitas para observar las nuevas etapas de su crecimiento.

Los jardineros, volvieron al trabajo un tanto más tranquilos con aquellas explicaciones, pero de tanto en tanto, volvían a asustarse al ver con qué rapidez y pujanza crecían y se extendían aquellas malas hierbas. Por momentos, parecía que iban a exterminar las plantaciones, porque su crecimiento, y su demanda insaciable de agua, luz solar y nutrientes de la tierra parecía poner en peligro las condiciones de vida de sus queridas plantitas. Aquellas plantitas, por momentos, parecía que iban a perecer, por falta de alimento.
Aquella tierra era de las más fértiles, su composición era la mejor que cualquier jardinero hubiera deseado; realmente, por eso fué elegida aquella finca para su proyecto.

Las malas hierbas, aparentemente, habían conseguido invadir todas y cada una de las áreas dedicadas a las más variadas plantaciones, y amenazaban malograr aquel hermoso proyecto, incluyendo el trabajo y la amorosa dedicación de todos los que allí trabajaban.

Un buen día, los jardineros pidieron una reunión urgente con el jardinero jefe y con el propietario de las tierras, porque habían detectado, que en algunas de las plantaciones a su cargo, habían aparecido débiles o muertas sus queridas plantitas, estando ya algunas empezando a dar sus frutos. En aquellos sectores, las malas hierbas parecían crecer con una pujanza fuera de toda expectativa.

Después de que cada cual expusiera el informe de situación de su sector, el director del proyecto y dueño de las tierras, tomó la palabra y les dijo:

Queridos amigos, reconozco vuestra preocupación y comparto vuestra tristeza por las pérdidas que habeis reportado. Conozco perfectamente el proceso y la situación que os causa tanta alarma.
En este momento del proceso, parece que las malas hierbas van a conseguir asfixiar a las demás especies y absorber todos los nutrientes de la tierra, con lo que las jóvenes plantitas que cuidáis con tanto esmero estarían condenadas a desaparecer; pero creedme, ahora es el momento en el que habrá una reacción codificada en el ADN de vuestras queridas plantitas. Está a punto de ocurrir, y es un fenómeno muy difícil de observar, por su rapidez.

En el momento preciso, las jóvenes plantitas alcanzarán la madurez necesaria para experimentar una transformación: pasarán de alimentarse de la tierra, a hacerlo exclusivamente de la luz que reciben. Las malas hierbas terminarán, efectivamente, con los nutrientes de la tierra, y morirán sin remedio. En unas pocas horas, veréis doblarse sus tallos, amarillear sus hojas, y pudrirse, con lo que devolverán los nutrientes que extrajeron con tanta avidez de la tierra que las sustentaba.
En ese momento, las plantaciones mostrarán un porte y una frondosidad que no habrán sido observadas nunca antes.
Las malas hierbas habrán cumplido su misión. Las tiernas plantitas aprovecharán esa avaricia, esa escasez de nutrientes para desplazar su fuente de energía, del suelo al cielo, y para empezar a sintetizar todo lo que necesiten a partir del agua, del aire y de la luz; así comenzarán a dar los frutos más hermosos que habéis podido observar nunca antes.
Muchas gracias por vuestro trabajo, por vuestra dedicación, y por el cariño que le estáis dedicando a mi…, a nuestro proyecto. Anotad con cuidado en vuestros cuadernos las maravillas que se están empezando a producir y no os preocupéis nunca más de las malas hierbas: en el resto del proceso ya no son necesarias.

De repente, noté una mano en mi hombro y abrí los ojos. Era el conductor del autobús: me avisaba que habíamos llegado al final del trayecto. Me había quedado traspuesto.


Los demás viajeros ya se alejaban calle abajo y yo, que me había pasado mi parada, me dispuse a volver dando un paseo y disfrutando de la hermosa vegetación que me rodeaba. Miré al cielo y noté algo distinto en aquel sol que brillaba como nunca; aquel calor resultaba sumamente agradable y reconfortante.