El
otro día fui oyente involuntario de una conversación de autobús entre dos
viajeros que charlaban animadamente. Hablaban de la situación socio-política
que estamos viviendo en nuestro país (aunque en todo el mundo están ocurriendo
cosas parecidas). Uno de ellos comentaba con escándalo la cantidad de casos de
corrupción que afloran, cada día, a través de los medios de comunicación. El
otro se sorprendía de que, a pesar de todo, aún mucha gente seguía fiel en su
intención de voto a aquellos que protagonizaban la mayor parte de estos casos
de corrupción.
En
un momento determinado, uno de ellos dijo: es que han crecido y se han
extendido como las malas hierbas, y ahora es muy difícil eliminarlas sin dañar
el resto de los cultivos o, incluso, el mismo huerto.
El
otro, soltó una carcajada y añadió: ¡hay que ver!, cualquiera que nos oiga
pensará: ¡cuánto saben éstos de jardinería!, y los dos rieron durante un buen
rato…
Sin
darme cuenta, mi mente se sumió en una especie de ensoñación, y sus risas
quedaron atenuadas, como perdidas en la lejanía…
Me ví ante un huerto, en realidad era una preciosa finca cubierta de
abundante y frondosa vegetación, por la que corría un riachuelo que se
ensanchaba en un pequeño lago. Alli, el dueño de la finca, un entusiasta de la
Botánica y de la Agricultura, había dispuesto el desarrollo de una serie de
plantaciones experimentales que supervisaba a diario, y que ocupaban a un buen
número de colaboradores que eran en parte jardineros, en parte agricultores y
en parte científicos. Se dedicaban a las más variadas tareas, cuidando,
observando, anotando y recogiendo los frutos de aquellas plantaciones, día tras
día.
En algún momento, debido al viento, al fertilizante natural que usaban,
a los pájaros, o a la misma tierra, empezaron a aparecer unas hierbas extrañas,
unas malas hierbas que amenazaban con ahogar el crecimiento de sus queridas
plantitas.
Cuando los jardineros vieron cómo se extendían aquellas malas hierbas,
acudieron de inmediato al jardinero jefe y le mostraron su preocupación por el
problema que habían detectado. El jefe les tranquilizó, explicándoles que el
dueño y diseñador de la finca ya le había anticipado lo que, sin duda,
ocurriría, y le dijo que aquél era un fenómeno natural y conocido, y que bajo
ningún concepto pondría en peligro sus plantaciones. Además, le contó que, en
su momento, podrían recolectar todas sus queridas plantas, sin preocuparse de
las malas hierbas: podrían echarlas al fuego y dedicarse exclusivamente a
clasificar y replantar sus queridas plantitas para observar las nuevas etapas
de su crecimiento.
Los jardineros, volvieron al trabajo un tanto más tranquilos con
aquellas explicaciones, pero de tanto en tanto, volvían a asustarse al ver con
qué rapidez y pujanza crecían y se extendían aquellas malas hierbas. Por
momentos, parecía que iban a exterminar las plantaciones, porque su
crecimiento, y su demanda insaciable de agua, luz solar y nutrientes de la
tierra parecía poner en peligro las condiciones de vida de sus queridas
plantitas. Aquellas plantitas, por momentos, parecía que iban a perecer, por
falta de alimento.
Aquella tierra era de las más fértiles, su composición era la mejor que
cualquier jardinero hubiera deseado; realmente, por eso fué elegida aquella finca
para su proyecto.
Las malas hierbas, aparentemente, habían conseguido invadir todas y
cada una de las áreas dedicadas a las más variadas plantaciones, y amenazaban malograr
aquel hermoso proyecto, incluyendo el trabajo y la amorosa dedicación de todos
los que allí trabajaban.
Un buen día, los jardineros pidieron una reunión urgente con el
jardinero jefe y con el propietario de las tierras, porque habían detectado,
que en algunas de las plantaciones a su cargo, habían aparecido débiles o muertas
sus queridas plantitas, estando ya algunas empezando a dar sus frutos. En
aquellos sectores, las malas hierbas parecían crecer con una pujanza fuera de
toda expectativa.
Después de que cada cual expusiera el informe de situación de su
sector, el director del proyecto y dueño de las tierras, tomó la palabra y les
dijo:
Queridos amigos, reconozco vuestra preocupación y comparto vuestra
tristeza por las pérdidas que habeis reportado. Conozco perfectamente el
proceso y la situación que os causa tanta alarma.
En este momento del proceso, parece que las malas hierbas van a
conseguir asfixiar a las demás especies y absorber todos los nutrientes de la
tierra, con lo que las jóvenes plantitas que cuidáis con tanto esmero estarían
condenadas a desaparecer; pero creedme, ahora es el momento en el que habrá
una reacción codificada en el ADN de vuestras queridas plantitas. Está a punto
de ocurrir, y es un fenómeno muy difícil de observar, por su rapidez.
En el momento preciso, las jóvenes plantitas alcanzarán la madurez
necesaria para experimentar una transformación: pasarán de alimentarse de la
tierra, a hacerlo exclusivamente de la luz que reciben. Las malas hierbas
terminarán, efectivamente, con los nutrientes de la tierra, y morirán sin
remedio. En unas pocas horas, veréis doblarse sus tallos, amarillear sus hojas,
y pudrirse, con lo que devolverán los nutrientes que extrajeron con tanta
avidez de la tierra que las sustentaba.
En ese momento, las plantaciones mostrarán un porte y una frondosidad
que no habrán sido observadas nunca antes.
Las malas hierbas habrán cumplido su misión. Las tiernas plantitas aprovecharán
esa avaricia, esa escasez de nutrientes para desplazar su fuente de energía,
del suelo al cielo, y para empezar a sintetizar todo lo que necesiten a partir
del agua, del aire y de la luz; así comenzarán a dar los frutos más hermosos
que habéis podido observar nunca antes.
Muchas gracias por vuestro trabajo, por vuestra dedicación, y por el
cariño que le estáis dedicando a mi…, a nuestro proyecto. Anotad con cuidado en
vuestros cuadernos las maravillas que se están empezando a producir y no os
preocupéis nunca más de las malas hierbas: en el resto del proceso ya no son
necesarias.
De
repente, noté una mano en mi hombro y abrí los ojos. Era el conductor del
autobús: me avisaba que habíamos llegado al final del trayecto. Me había
quedado traspuesto.
Los
demás viajeros ya se alejaban calle abajo y yo, que me había pasado mi parada,
me dispuse a volver dando un paseo y disfrutando de la hermosa vegetación que
me rodeaba. Miré al cielo y noté algo distinto en aquel sol que brillaba como
nunca; aquel calor resultaba sumamente agradable y reconfortante.