viernes, 16 de agosto de 2013

Nos merecemos un mundo mejor.

Ésta ha sido desde el principio de los tiempos, una de las motivaciones principales del ser humano. Somos una raza curiosa e inquieta que no ha cesado de buscar infinitas formas de vivir mejor, de explorar las múltiples posibilidades que nuestra mente, recién descubierta, es capaz de concebir e imaginar. Claro está, que el concepto "un mundo mejor", a veces, nos hace caminar por senderos y llegar a metas que resultan ser contrarias a nuestras pretensiones.

Ahora, mientras el llamado primer mundo aún se está preguntando cómo salir de la crisis económica que se ha producido, una parte del segundo mundo está reclamando su derecho a explorar formas de gobierno y de libertad a las que ellos no han tenido acceso, aún. Puede que, en ambos mundos, se esté sufriendo los efectos de algún tipo de tiranía: económica en unos casos y política y social en otros. Al fín y al cabo, los países que disfrutamos de estructuras democráticas, en lo social y en lo político, seguimos en gran medida sufriendo los efectos de un cierto tipo de monopolio (quizá no sería elegante llamarlo absolutismo, ni dictadura, ni tiranía) en lo económico. 

Como explica el llamado Principio de Pareto, el 20 por ciento de la población controla el 80 por ciento de los recursos, mientras que los individuos que componen el 80 por ciento restante tienen que arreglarse para vivir disputándose el 20 por ciento de esos mismos recursos. Se trata de una ley o principio basado en la observación de la realidad en diferentes ámbitos. Eso significa que quizá no se trate de una ley inmutable, sino del efecto de un determinado paradigma en la evolución de la humanidad. 

Ese paradigma o conjunto de creencias está íntimamente relacionado con la educación que se imparte en un determinado ámbito cultural. Por ejemplo, en algunos colegios elitistas, reservados para educar a los niños de la llamada clase dirigente, los alumnos son tratados con sumo respeto (sin perder de vista quiénes son sus padres), recibiendo una atención personalizada, consolidando en sus mentes el principio de que todo les es debido y que están en este mundo para poseer y controlar. Por contra, los niños de la parte menos favorecida de la población, si es que tienen acceso a alguna educación, tienen que competir por la atención y los conocimientos del profesor en aulas masificadas, exigiéndoseles mucho trabajo para unos resultados casi siempre frustrantes. Es obvio que las mentes de esos dos grupos distintos de alumnos adquieren una estructura y unas expectativas ante la vida bastante diferentes. 

Es sabido que las estructuras cerebrales se desarrollan y establecen a edades muy tempranas, y resulta muy complicado experimentar grandes cambios en etapas posteriores. Por tanto, podría decirse que los sistemas de creencias que se hayan consolidado en la mente de los jóvenes, tendrán una influencia decisiva en los proyectos, en el comportamiento y en las realizaciones de esos individuos en su vida adulta. Por eso, la Educación debería ser un elemento sagrado y prioritario en cualquier sistema social que pretenda trabajar sinceramente por un mundo mejor.

Otro efecto interesante, que conviene tener en cuenta, es lo que podríamos llamar la Ley del Péndulo, y que los orientales conocen como el efecto Yin-Yang. La trayectoria que siguen los acontecimientos que componen la historia de la humanidad no sigue una evolución lineal, sino que adopta la forma de oscilaciones entre dos extremos. Por ejemplo, en la economía se habla de ciclos; ya en la Biblia se mencionan los Siete Años de Abundancia, seguidos por Siete Años de Escasez. Existen innumerables ejemplos de fenómenos que consisten en una oscilación entre dos estados: respirar, caminar, etc.

La Humanidad adopta, en una época concreta, un determinado paradigma, y de buen grado o por la fuerza, explícita o implícitamente, una parte de la población consigue imponer su criterio y todo el mundo acepta o acata dicha situación. Con el paso del tiempo, se descubre si se ha llegado a la fórmula de un mundo mejor que satisface a todos, a unos pocos, o a casi nadie. Y, gradualmente, se empieza a generar un movimiento en sentido contrario, para enmendar la situación creada. Con frecuencia, se ha recurrido al empleo de la fuerza para intentar retrasar o acelerar el proceso. La Historia se ha escrito con el relato más o menos fiel de estos procesos: la expansión y caída del Imperio Romano, la expansión y caída del Imperio Español, la expansión y caída del Imperio Napoleónico, la Rusia de los Zares, la Guerra de Secesión en Norteamérica, la Revolución Francesa, la Segunda República Española y el Golpe de Estado que acabó con ella, los períodos de Aislamiento y Expansión de China, etc. Los ejemplos son tan abundantes como recurrentes: siempre que se produce un fenómeno humano en un sentido se empieza a generar energía en sentido contrario; pasado el tiempo, las fuerzas se equilibran y, poco a poco, se va manifestando la tendencia contraria. El que dicho proceso sea cruento o incruento depende de las tendencias y las resistencias en juego. El proceso no se puede detener, pero intentarlo por la fuerza está en el núcleo de todas las guerras y genocidios descritos en la Historia de la Humanidad.

Otro factor importante en la búsqueda de un mundo mejor es la Justicia, entendida en un sentido amplio, casi filosófico, de equilibrio, de equidad, de búsqueda de la armonía en las distintas situaciones por las que atraviesa la convivencia entre personas. El concepto de Justicia es fundamental en la estructura de nuestras sociedades modernas; es un elemento imprescindible para evitar la violencia y los abusos de individuos o grupos y trazar las bases para una evolución pacífica y equilibrada entre todos los miembros de la sociedad. 
En realidad, el filósofo Montesquieu, uno de los padres ideológicos de la Revolución Francesa, definió la separación de los tres poderes en un estado moderno: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, como un factor que trataría de garantizar el equilibrio de fuerzas característico y garante de toda democracia eficaz.
La mejor prueba de ello consiste en que los grupos que han tratado de acaparar el poder, a lo largo de la Historia de la Humanidad, han hecho lo imposible por eliminar dicha separación de poderes; es más, por acaparar el poder en todas las áreas con el fín de tener bien sujeto el fiel de la balanza.

Finalmente, hagamos una reflexión sobre la Verdad. La libertad de información y de acceso al conocimiento también constituye una capa importante de los cimientos de toda sociedad: también de la nuestra. Desde tiempo inmemorial, la historia la han escrito y transmitido los vencedores. Los grupos poderosos han acaparado, escondido y tergiversado los grandes libros donde supuestamente habían quedado recogidos los conocimientos ancestrales o las revelaciones de las grandes leyes que rigen en nuestro Universo.
En tiempos modernos, y más destacada y descaradamente en los actuales, los grupos de poder hacen lo imposible por acaparar los medios de comunicación, por manipular la verdad mientras sujetan bien alto el estandarte de la Libertad de Expresión. Se ha dicho que el conocimiento es poder, y vemos todos los días cómo se manipula y deforma la información que se suministra a la población.
La inteligencia, la independencia de criterio, la capacidad de discernimiento, son sistemáticamente objeto de control y limitación en extensas capas de la sociedad.
La expresión más sublime de estos mecanismos se da en periodos electorales, en los que se suministra al pueblo la información precisa para conseguir los votos necesarios para ocupar o afianzarse en el poder. Quizá sea por ello que un amplio espectro de los políticos, una vez que reciben el apoyo de los votos, proceden a despreciar y a machacar a su propio electorado; es como si quisieran demostrar que los votos se deben a sus técnicas de manipulación y que los votantes no tienen ningún derecho a exigir nada, puesto que sus voluntades ni siquiera les pertenecen: los consideran votos cautivos, esclavos electorales en los que apoyarse para ejercer el poder con absoluta ausencia de lealtad y compromiso. Más bien, es fácil detectar a quién le deben y le profesan lealtad y compromiso los políticos en ejercicio del poder. Muchos políticos han declarado que ellos no están en el mundo de la política para ganar dinero; sin embargo, a juzgar por sus lealtades queda demostrado con absoluta claridad qué parte de su corazón está con quienes mantienen repletos sus bolsillos y qué parte de su corazón late al ritmo de su espíritu de servicio y su sentido del deber y la responsabilidad hacia la Constitución que han jurado (o prometido) cumplir y hacer cumplir.

Tomar conciencia de que nos merecemos un mundo mejor sólo es el principio, el análisis de la situación a la que hemos llegado y de los caminos por los que hemos transitado, o nos han conducido, debe ser riguroso y profundo. Hay una ley no escrita que dice: "... en el problema se esconde la solución ...". Parece que ha llegado el momento de madurar, de enfrentar valientemente todos los problemas que aquejan al mundo que padecemos y de elaborar concienzudamente una estrategia para dirigirnos, paso a paso, a ese mundo mejor que nos merecemos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario