lunes, 7 de octubre de 2013

El mundo INTransition. La resiliencia empieza por uno mismo.



Los distintos proyectos y comunidades transicionistas que han empezado a surgir por todo el mundo, se basan en una idea, en un concepto maestro: la resiliencia. Se trata de una palabra poco utilizada en nuestro idioma (español), aunque procede de un verbo en latín que significa literalmente rebotar, recuperar la posición después de un impacto.
En nuestra cultura se utiliza poco, o nada, y quizá por ello resulta que no hemos cultivado apenas las cualidades inherentes a la resiliencia. Los ciudadanos y comunidades no hemos dedicado el tiempo y la energía necesaria para hacernos resilientes. Más bien todo lo contrario: somos demasiado vulnerables, demasiado dependientes, estamos demasiado a merced de otras entidades, fuerzas e intereses en los que ciframos nuestro bienestar y nuestra supervivencia, … y así nos va.

La resiliencia, como conquista cultural y social implica madurez, consciencia, independencia, autosuficiencia, solidaridad, generosidad, protección, confianza sensata y bidireccional, responsabilidad, previsión, respeto por el medio ambiente y por nuestros compañeros de viaje, sentimientos de unidad con toda forma de vida, equilibrio y armonía con todo lo que existe, conservación y regeneración de los recursos, aprovechamiento e investigación de todo lo que la Naturaleza nos da generosa y gratuitamente, para que lo utilicemos sin esfuerzo y sin sacrificio alguno por nuestra parte. La lista podría continuarse, el trabajo es interesante, excitante e interminable. La recompensa es la supervivencia, la sostenibilidad de nuestros proyectos y la herencia que dejaremos a las próximas generaciones en forma de un planeta más limpio y sano que el que hemos recibido.
Lo contrario, interese a quien interese, parece que se podría resumir en pocas palabras: miseria, ignorancia, caos social, enfermedades, guerras y, al final, la esclavitud y la extinción de la especie humana tal y como la conocemos.

Los primeros transicionistas en Totnes (Reino Unido), allá por el mes de septiembre de 2006, tomaron conciencia y comenzaron a relizar debates abiertos y públicos sobre dos temas principalmente: el fenómeno conocido como “peak oil”; es decir, el comienzo de las dificultades por la creciente escasez de combustibles fósiles y su previsible encarecimiento, y las vicisitudes del “cambio climático”. Ante ambas amenazas, idearon la necesidad de un proceso de transición hacia un modelo de sociedad basado en los principios de la resiliencia y de la sostenibilidad.

Solamente se conoce una estructura biológica que se caracterice por la pretensión del crecimiento ilimitado: se trata del cáncer y es sabido que, en lugar de lograr su objetivo, suele alcanzar la destrucción del organismo anfitrión y de ella misma con todos sus componentes; las células cancerosas. Los únicos casos en que esto no ocurre es cuando el organismo anfitrión logra destruir antes este tipo de tejido enfermo y librarse de su destructiva existencia.
En palabras del economista chileno Manfred Max-Neef, Premio Nobel de Economía Alternativa: “el crecimiento debe ser limitado, lo que puede y debe ser ilimitado es el desarrollo”.
Efectivamente, los individuos y las comunidades deben aspirar a desarrollar su potencial hasta el infinito, pero deben limitar su crecimiento, su tamaño, en armonía con su entorno, los recursos disponibles y su ritmo de regeneración.

Las preguntas inevitables que surjen son: ¿y ahora qué hacemos?, ¿por dónde empezamos?, ¿cómo conseguimos que todo el mundo tome conciencia y se comprometa?, ¿cómo conseguimos que las corporaciones y los gobiernos colaboren? Y ninguna de ellas tiene una respuesta sencilla.

Una de las primeras tentaciones es usar la técnica del avestruz: negar el problema y así pretender que no tenemos que tomar ninguna decisión ni llevar a cabo ninguna acción. Una parte de la población optará por esta alternativa. Quizá otra parte de la población reconocerá el problema pero esperará que sean otros quienes tomen las decisiones y resuelvan el problema. Con estos dos grupos es evidente que no se puede contar para una participación constructiva en cualesquiera proyectos y objetivos que se definan para adaptarse a los retos y cambios que seguramente será necesario adoptar.

Hace algún tiempo leí que los humanos, ante un conflicto que les supera, pueden elegir uno de estos caminos: la locura, la enfermedad, la muerte, o la consciencia evolutiva. Solamente los individuos que han aprendido a liberarse del miedo eligen como primera opción la consciencia que les permita comprender, evolucionar y manejar la situación.

El paradigma transicionista es hijo de la cultura anglosajona (¡que inventen ellos!, que diría nuestro querido y recordado Unamuno), mucho más orientada a la previsión y al trabajo comprometido y responsable. Nuestra cultura mediterránea, por el contrario, está más próxima a la improvisación y a la indolencia un poco temeraria.
No estamos capacitados para juzgar, puesto que ambas culturas han sobrevivido a graves conflictos, cada una con sus métodos, pero hay que reconocer que existen grandes diferencias y que suele ser útil aprender de otros aquello en lo que somos más débiles. A cambio, seguramente podremos aportar a los colectivos transicionistas de todo el mundo nuestra creatividad y nuestro enfoque indolente hacia los problemas y hacia la vida (parece ser que el “dolce fare niente” de nuestros hermanos italianos es la madre de la creatividad), nuestra afición a los caminos del mínimo esfuerzo y nuestra proverbial capacidad de improvisación que nos han proporcionado momentos históricos de genialidad y liderazgo.

Lo importante es que, entre todos, encontremos las fórmulas que nos permitan sobrevivir con las máximas garantías y mínimo sufrimiento. Las próximas generaciones están esperando que hagamos bien nuestro trabajo.

Para ser resilientes, tenemos que empezar a identificar seriamente nuestras necesidades básicas e irrenunciables, y todo ello requiere analizar minuciosamente nuestro estilo de vida para determinar de qué podríamos prescindir en caso de emergencia sin que nuestra vida se encontrara en grave peligro.

Es como cuando uno cambia de casa. La mudanza obliga a preguntarse qué es lo que vamos a necesitar trasladar y qué cosas ha llegado el momento de dejar atrás. Al crecer, inevitablemente, hay hábitos y objetos que se quedan por el camino. Tratar de arrastrarlos con nosotros solamente representarían un pesado lastre y un riesgo para el éxito del proceso.

Se requiere una renovada, o redescubierta, capacidad de diálogo, de análisis, de acuerdo, de cooperación. Se necesitarán conclusiones individuales, pero también colectivas. La convocatoria ya está hecha. Las campanas han sonado y habrá que construir espacios de diálogo y asamblea. Seguramente, deberemos reinventar las comunidades y grupos de interés pequeños, manejables, a escala humana, no corporativa. Si el reto es importante para los individuos, las empresas y corporaciones, sobre todo las de gran tamaño, no lo tienen más fácil. Su supervivencia está incluso más comprometida que la humana, porque sus valores e intereses suelen ser mucho más estrechos: dependen casi exclusivamente del beneficio económico y su resiliencia es bastante escasa porque su existencia se ha basado en la extracción masiva de riqueza de la sociedad, y si no consiguen la ración prevista, mueren.

La resiliencia humana depende del sustento, de la energía, del abrigo, pero también de la educación, de la salud, de las comunicaciones, etc.
Ciertas comunidades descubrirán necesidades específicas y otras deberán reformular sus requerimientos para garantizar su supervivencia y sostenibilidad. Probablemente será necesario recuperar la escala humana (lo pequeño es hermoso) y habrá que volver a leer los clásicos para recordar cómo se vivía antes de la globalización y el neo-liberalismo, incluso antes de que se inventara el dinero y los “mercados”. Tendremos que volver a definir nuestros valores y prioridades. Nada de esto es nuevo: lo hemos hecho a medida que hemos ido creciendo, ahora es el momento de aplicarlo a escala colectiva y de aprender a cooperar para prepararnos ante escenarios en que tendremos que apoyarnos entre todos y descubrir que generosidad y supervivencia están mucho más próximas que lo que nos habían enseñado.

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